ABELARDO. PEDRO
      [946](1079-1142)

 
   
 

 Excelente predicador de ámbitos univer­si­tarios y muy influyentes en la Edad Media. Iniciador de un estilo dialéctico en la for­mación de los teólogos e incluso en la acción pastoral.

1. Vida

   Nació en Le Pallet (Bretaña) en el 1079.  Estudió en Loches, con el filósofo nomi­na­lista francés Roscelino, y más tarde en París con Guillermo de Cham­peaux. Críti­co de sus maestros, Abelardo comenzó a enseñar en Melun, en Corbeil y, en 1108, en París.
   Adqui­rió fama por toda Europa como profesor y pensador original, pero sobre todo como polemista consumado. En 1117 se convirtió en tutor de Eloísa, sobri­na de un canónigo de la catedral de Notre Dame en París, llamado Fulbert.

 
 


  Tuvo con su discípula un hijo a quien llamaron Astrolabio. Cultísima, pues domi­naba latín, griego y hebreo, contrajo con Abelardo matrimonio secreto. Obligado por el tío a publicar el matri­mo­nio y resistién­do­se a ello, fue castrado por sicarios envia­dos por el despechado tutor, que también encerró a la mujer en un monas­terio, como el mismo Abelardo contaría en su libro "His­toria Calami­tatum" (Histo­ria de mis desven­tu­ras).
   El mismo Abelardo incitó después a Eloísa a ingre­sar en la abadía benedicti­na de Saint-Argenteuil. Abe­lardo se recogió en la aba­día de Saint Denis de París. Allí inició una docencia rigurosamente racio­nalista, exponiendo todos los temas o tesis con argumentos de razón, de Biblia y de sentido común. Una obra suya "Tratado de la Unidad y de Trinidad divina" fue quemada por un sínodo de Soissons en 1121. Obli­ga­do a dejar Saint-Denis, fundó una capi­lla, llama­da la Para­clete, en No­gent-sur-Seine, cerca de Tro­yes, donde agrupó numerosos discípulos que acudían a recibir sus enseñanzas.
   En medio de las envidias de sus adver­sa­rios, que lograron alejarle del lugar, al que pronto regresó, acogió también a Eloísa con sus monjas, expulsa­das a su vez de Saint-Argenteuil. Desde allí sostu­vo una famosa rela­ción episto­lar con Eloí­sa: "Epís­tolas de Abelardo y Eloísa", co­no­ciéndose des­pués de su muerte tales cartas, senti­men­ta­les y piado­sas, como nuevo quehacer litera­rio.
   En 1128 fue elegido abad del mo­naste­rio de Saint-Gildas-de-Rhuis, en Bretaña, en donde pasó seis años de zozobras ante la oposición de los monjes a la disciplina. Corrió riesgos de muerte en varias ocasio­nes, hasta que logró alejarse de la Abadía. Allí escribió su "Etica o Libro llamado "Conócete a ti mismo", antes de regresar a París, para seguir su docencia en la Colina de Sta. Genoveva.

   2. Su estilo y su obra

   En medio de su ajetreada vida e histo­ria, Abelardo es el modelo medieval de la predicación dialéctica e inquieta. Supo buscar argumentos persuasivos, partien­do del contraste de razones. Su método "Del sí y del no"  fue modelo y estilo del racionalismo medieval. El con­traste entre las "razo­nes a favor y en con­tra", es un verdadero preceden­te de la "cate­que­sis universi­taria" o teología pastoral de nive­les intelectuales y de actividades orientadas a la búsqueda de argu­men­tos entre personas intelectualmente cultivadas.
     Pero ante el encanto de estas actitudes no sucumbió su aguerrido adversario el Abad del Císter, San Bernardo de Claraval, cuya influencia era, en otro terreno, superior a la suya. En 1140 San Bernardo se enfrentó a los métodos dialéc­ticos de Abelardo, por considerarlos racio­nalistas, irreverentes con los dogmas de la fe y peligrosos para los jóvenes. Su influencia logró que el Sínodo de Sens, y el Papa Inocencio II, condenasen sus escritos y ense­ñanzas racio­nalistas y es­cépticas.  En su camino a Roma para apelar con­tra la condena, aceptó la hospi­talidad de Pedro el Venera­ble, abad de Cluny, y permaneció allí durante meses sometido a la pena del silencio que le había im­puesto el Pontífice.
     Falleció en un priorato clunia­cense cerca de Chalon-sur-Saône y su cuerpo fue lleva­do a la Para­cle­te. Cuan­do Eloísa murió en 1164 fue ente­rrada junto a él. En 1817 ambos cuer­pos fueron tras­lada­dos a una tumba co­mún en el cemen­terio de Père Lachaise, en París.
    El atractivo romántico de la vida de Abelardo a menudo oscurece la impor­tan­cia de su pensamiento. Fue, sin em­bargo, uno de los más destacados uni­versitarios de la Edad Media. En el énfa­sis que puso en la discu­sión dialéctica, Abelardo seguía al filósofo y teólogo del siglo IX Juan Esco­to Erígena y precedía al filósofo escolásti­co italiano santo To­más de Aquino.
    La princi­pal tesis dialéctica de Abelar­do es que la verdad debe alcanzarse sope­sando con rigor todos los aspectos de una cues­tión. También se anticipó a la poste­rior dependencia teológi­ca de de Aris­tó­teles, más que a la de Platón.

     3. Su influencia

    Abelardo reaccionó con fuerza contra las teorías del realismo extremo, negan­do que los conceptos universales tengan existen­cia independiente fuera de la mente. Fue el precedente vigoroso de la liber­tad de pensamiento. Sacó la Teología de los estrechos límites de la Tradición y de la Autoridad, para hacerla caminar por sen­de­ros de investigación y de los pro­ble­mas nuevos.
    Su mente clari­vidente podía dige­rir, desde la fe since­ra, cualquier opi­nión para tami­zarla y discu­tirla. Sus adver­sarios no podían percibir su flexibili­dad mental, pues ellos actuaban desde la intransigen­cia. No fue ajena a esa actitud intelectual la rica sensibilidad de Abelar­do, manifesta­da en muchos himnos religiosos y en bellas poesías. En ocasio­nes le jugó la mala partida de los amoríos intempesti­vos, que en nada oscu­re­cieron el vigor y la originali­dad de su pen­samiento y su enor­me influjo en los ámbi­tos juveniles.
    Sus teorías fueron el precedente mo­de­ra­do de Tomás de Aquino. Sus estu­dios de Ética fueron su mejor aportación teoló­gica.